Lillian Gordis (Berkeley, California, 1992) forma parte de esa formidable plétora de jóvenes clavecinistas que han irrumpido en la última década en Francia, país al que ella llegó cuando solo tenía 16 años, siguiendo la recomendación de Pierre Hantaï, su maestro. Gordis acababa de publicar, en el sello Paraty, su primer disco, dedicado íntegramente a Domenico Scarlatti, compositor con el que se identifica mejor que con ningún otro.
¿Por qué ha elegido a Scarlatti antes que a Bach o a algún barroco francés, dado que usted reside en Francia?
Primero, porque Scarlatti es el músico que más he tocado en mis recitales a solo. He venido haciendo su música desde hace mucho tiempo y quería comenzar con un compositor que se aparta un poco de los estándares del Barroco, pues eso me proporciona mayor libertad y me permite experimentar con el instrumento. La idea es que mi primera grabación fuera algo verdaderamente especial.
El disco se titula Zones. ¿Qué es lo que pretende decir con ese título?
Es difícil encontrar un vocabulario apropiado para las sonatas de Scarlatti, porque no pertenecen al formato de las suites ni al de los preludios y fugas... No están encuadradas en la terminología al uso del Barroco. Buscaba una palabra que se ajustara a como siento esta música, tan cambiante. La palabra zona es bastante descriptiva en ese sentido, pues la música de Scarlatti tiene diversas zonas, como si se tratara de una ciudad en la que muchas cosas diferentes están próximas las unas a las otras. Zone es también el título de un poema de Guillaume Apollinaire, en el que él describe este tipo de experiencias, es decir, cosas que se tocan pero que no están necesariamente relacionadas entre sí. La música de Scarlatti resulta tan moderna que creo que queda bien definida con el título del CD.
¿En dónde reside, a su juicio, la modernidad de Scarlatti?
En su propia obra. Él modula en un estilo muy moderno, usa todo tipo de tonalidades y apenas respeta las reglas del siglo XVIII sobre cómo hay que modular de una clave a otra, porque se mueve permanentemente con semitonos y porque apenas emplea la polifonía... Es un estilo que no encuentras en ninguna otra parte. Hay ecos de estas sonatas que descubres ya en obras muy posteriores, hay mucho de impresionismo en ellas...
Por supuesto que Scarlatti fue un hombre de su tiempo, y eso se constata en sus composiciones tempranas, porque es lo que le transmiten sus maestros, pero, claro, luego están esas influencias folclóricas que recibe cuando llega a Portugal y España.
Scarlatti nace en 1685, el mismo año que Haendel y Bach, pero no se parece en nada a ellos. ¿Cree que eso se debe a la influencia del folclore ibérico?
Sí, sí que lo creo. Y creo que la gran ruptura con la música que venía haciendo se da en un momento concreto de su vida, que es cuando abandona Italia. Hasta entonces, Scarlatti ha compuesto polifonía y música vocal, pero nada para teclado. Cuando es reclamado por María Barbara y sigue a esta allá por donde va, todo lo que le rodea le influye profundamente. No solo la música, sino también la arquitectura, la danza... La cultura ibérica tiene un enorme impacto en él. Está un tanto aislado del resto de Europa, por mucho que se relacione con gente importante que igualmente ha llegado a la corte española, como Farinelli, y la cultura que se respira allí es diferente a cualquier otra. Él publica solamente sus primeras treinta sonatas y ya no aparece nada más suyo hasta después de su muerte. Eso quiere decir que está muy involucrado en la cultura local y que encuentra en ella una gran satisfacción. Definitivamente, está feliz con la vida que lleva allí.
La elección de las trece sonatas que figuran en la grabación, ¿responde exclusivamente a sus preferencias personales?
Así es. Lo que he hecho luego ha sido juntar las sonatas en grupos de cuatro, dejando para el final, como bonus, la K. 208. Cada grupo, que viene a durar quince minutos, reúne claves iguales o similares. Como le decía antes, son sonatas que llevo tocando desde hace mucho tiempo y con las que he experimentado sin cesar. Sí, son las sonatas de Scarlatti más importantes para mí.
Ha grabado con un clave alemán, lo cual es una decisión un poco sorprendente. ¿Por qué no un clave italiano, ya que lo era Scarlatti? ¿O con un clave ibérico?
El principal motivo es que se trata de mi propio instrumento. Es decir, ha sido por una cuestión de comodidad. De todas formas, aunque es un clave alemán, no es copia de ningún modelo concreto, sino una invención del constructor. Es como una mezcla entre italiano y alemán, lo cual me permite jugar con el sonido. Me gusta el sonido de algunos claves portugueses, porque son secos y percutivos, pero a veces no ‘cantan’ lo suficiente.
Es curioso, porque Jean Rondeau grabó hace un año un disco con sonatas de Scarlatti con un clave alemán que tampoco es copia de un modelo concreto. Parece como si se hubieran puesto ustedes dos de acuerdo.
Conozco bien el instrumento con el que Jean Rondeau grabó ese disco, que es de Jonte Knif. Es similar al mío, que está fabricado por Philippe Humeau. Cuando compré mi clave, recuerdo que me dijeron: “Es una versión más civilizada de un Jonte Knif”. No sé si es o no más civilizado, pero lo cierto es que el clave de Jean y el mío están construidos bajo patrones muy parecidos.
¿Sabía que desde 1976 ninguna mujer había grabado en Francia un disco con sonatas de Scarlatti? Y casi me atrevería afirmar que no mucho más tarde debió de ser cuando una clavecinista norteamericana, Maggie Cole, fue la última en grabar sonatas scarlattianas.
Me enteré después de grabar el CD de que la última mujer que grabó en Francia sonatas de Scarlatti fue Blandine Verlet, en 1976, algo que realmente me sorprendió. En cuanto al segundo dato, y al margen de lo que menciona de Maggie Cole, sé que Elaine Thornburg grabó un disco, pero no puedo precisar el año. Desde luego, no encuentro explicación para que en más de un cuarto de siglo no haya habido mujeres en Francia o en Estados Unidos que hayan grabado sonatas de Scarlatti.
Enrique Velasco